viernes, 12 de enero de 2007

CALA PASTORA, FR 12 AUG 1983

HOLA Marta!

Un día nublado de verano, a media tarde, un muchacho que estaba sentado frente a una mesa se puso a pensar que tal vez podría escribirle unas cuantas letras y signos -con una coordinación más o menos cuestionable entre ellos- a una amiga suya que había conocido unos meses atrás.

Ellos dos se encontraron un día en una habitación -y no recuerdo, tampoco él, si grande o pequeña- (o fue en un lugar al aire libre?); un cuarto de aquellos que no sirven para nada y parecen adecuados para guardar muebles, estilo almacén inspirado en estilo hospital; pero, en lugar de eso, estaba ocupado por unos seres bastante inertes dispuestos como motivos psiquiátricos. Y recibían curiosos nombres: mesa, silla, pupitre, cuadro, pizarra, neón, etcétera.
Ellos, los in-seres, captaron instantáneamente la atención del joven y mutilaron las defensas de éste ante tales aberraciones con forma; así, sus sentidos, su cierta inteligencia y su capacidad-posibilidad de manifestar ante aquello su repulsa quedaron abrumados y, todavía hoy, recuerdan con dificultad que aquella atrofia causada por unos cuerpos inferiores en todas las dimensiones pudo motivarles sobradamente para el suicidio.

Suerte tuvo el chico de que eso no era todo, y pronto pudo comprobar -los dioses le otorgaron ese favor- que en aquel extraño universo (que también seres más o menos relativamente normales habitaban) había, además, cosas peores.
Y con el contraste entre estas y aquellas, su mens sana in corpore sano logró soportar el duro ataque -por otra parte constante, peligroso y nocivo- para mantenerse virginalmente al margen de unas y otras.

Gracias a esa facultad de autoprotección, a esa capacidad de ignorar entes odiables, aquel muchacho que antes te decía permanece hoy inmaculado como ayer. Después de haber superado la prueba grande que los dioses colocaron ante él, ese muchacho del que te hablaba está sentado frente a una mesa y escribe. Te escribe.

No hay comentarios: