olas que abaten los malos espíritus; olas empujan con yodo el ánimo de los hombres, alborotan nuestros cabellos. Tú y yo estamos caminando por la arena. En lo lejos se pierde la playa igual que se hunden nuestros pies, profundamente. Siento que te amo. TE AMO profundamente también, y te abrazo al lado del mar.
El sol se pondrá, se enfriará la tierra cuando nos hayamos ido, y casi todo parecerá tan distante como antes. Las luces de algunas barcas y pequeñas ventanas encendidas en las casas me recuerdan películas italianas de los años cincuenta.
Ella está aquí. Me toma por la cintura y me gusta, me hace quererla más. Querer más.
Ya de noche, chorros de luces de colores, cascadas de luz y un abanico musical nos salpican el rostro. Tú te ries, yo también, y nos vamos corriendo por las sombras azules, verdes, rojas de fuego.
Acariciabas mi pelo y decías algo del arte.
Cuando llueve el aire se constipa con agua y plomo; se habla de la humedad, de lo desierto.
Pero aquel era un día diferente y al son del viento se rizaban los cabellos, al galope por sendas doradas ondulantes. La lluvia había desaparecido de tu mente.
Pensamos que volver a la emisora sería bueno; navegaríamos de nuevo entre las ondas, viviríamos fascinantes aventuras rizando el rizo a los radioaficionados.
Tras un recorrido en metro, unos golpes de remo más y ya nos habíamos plantado en los megahertzios del 98.2 .Fragancia madurada. Todo a ritmo de calypso.
Tu afición por los sones tropicales me cautivaba. Hasta el punto de instalar en el techo de mi cuarto un enorme ventilador de hélice.
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