sábado, 10 de noviembre de 2007

IN MEMORIAM

Te escribo, Stone, porque te conozco personalmente.
Somos vecinos, y sé que eras también uno de sus amigos.
Desde aquel día hay muchas cosas que me parecen diferentes a como las he visto todos estos años. Yo la conocí siendo muy pequeñitos los dos; éramos así vecinos en aquel pintoresco pueblo de carretera de la Vall Fosca.
Se llenaba de veraneantes durante las vacaciones, turistas en su mayoría franceses; su clima seco, con tardes siempre lluviosas, las noches tan frescas, lo hacían ser un agradable jardín bullicioso.

Yo y tú, y como muchos de nosotros, crecímos juntos pasando los veranos en bicicleta, haciendo excursiones por las montañas, al río; después o antes de cada chaparrón jugábamos niños y niñas a miles de cosas, nos acercábamos a la Ermita de Sant Cristòfor con el pan y el chocolate a merendar.
Corríamos, nos escondíamos, nos "enamorábamos" en el Plaçaret, en el umbral de la casa de la Señora María.
Hasta que empezamos a hacernos mayores. Unos y otros fuimos desapareciendo del pueblo, cultivando nuevas amistades lejos de allí, abriendo caminos divergentes.
Mas tarde o temprano uno u otro regresaba, renacía el cariño de la primera amistad. Nada parecía haber cambiado tanto.

Montse era tierna, cariñosa, tímida y simpática, la más dulce de las amigas y compañeras. Siempre fiel, alegre, tanta gente me lo ha asegurado y repetido en cualquier ocasión. No era una sensación solamente que yo tuviera, que tú conocías. Todo aquel que compartió con ella la recuerda así al preguntarle.
Su bondad, la fuerza interior con que silenció su dolor -que ambos, tú y yo, desconocíamos por completo- eran inabarcables.

Siempre observé en su mirada, en sus maneras, una sencillez espiritual propia de un ángel. Y así pasaba por la vida, dejando una leve estela casi imperceptible de delicada ternura, de amor, de amistad.

Y así te sentiremos todos por siempre, porque tu recuerdo permanece entre nosotros.

Te queremos, Montse.

Barcelona, enero de 1995.

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